9 de julio | Un acontecimiento histórico que nos continúa interpelando

Ciencias Jurídicas
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8 julio, 2020

De la Declaración de la Independencia a la grieta y la intolerancia. Un acontecimiento histórico que nos continúa interpelando

 

Este 9 de julio se conmemoran 204 años de la Declaración de la Independencia de las Provincias Unidas en Sudamérica, conforme reza el acta labrada ese día por los representantes de trece provincias del actual territorio de la República Argentina y el Estado Plurinacional de Bolivia. El retorno al trono de Fernando VII atizó los debates abiertos desde la misma “semana de mayo de 1810” sobre el grado de autonomía política que debían tener las provincias, haciendo prevalecer la postura de los patriotas independentistas. Muchos son los enfoques desde los cuales se puede analizar este hecho histórico y de suma trascendencia política para nuestro país. Sin embargo, las corrientes historiográficas contemporáneas reniegan de incurrir en análisis clásicos que coloquen los eventos en vidrieras de cristal, simbólicas, intangibles y nostálgicas. Por ello la humilde intención de este artículo es remover el polvo de la memoria y preguntarnos: ¿Cómo nos interpela dicho suceso en nuestros días? ¿Qué significado adquiere retrospectivamente la declaración de independencia?

Las respuestas a estas preguntas no son necesariamente universales y hasta podríamos afirmar que ni siquiera las preguntas necesariamente son las únicas o las más adecuadas. Lo importante, pues, es esa interpelación de la historia en nuestro modo de reflexionar la realidad que nos rodea hoy en día, nuestro propio juicio de las cosas. Esto transforma el estudio de una historia muerta en la aplicación de una historia llena de vida, eso es lo importante del ejercicio.

Para comenzar con el análisis es útil traer el concepto de “gran mutación” esbozado por Michael Foucault en su análisis del modo de ser el poder, en el marco de los procesos revolucionarios que se produjeron en el mundo, en especial Europa, a fines del siglo XVIII y principio del siglo XIX. Una gran mutación de tecnologías de política del poder se produjo hacia finales del siglo XVIII, decía el filósofo francés, la cual transformaría el quehacer político y económico de las sociedades occidentales.[1] Castro Gómez señala con atino que en esta orientación también se expresaron filósofos como Lefort, afirmando que hacia finales del siglo XVIII y coincidiendo con la Revolución Francesa el poder comienza a ser representado con independencia de la persona del Príncipe.[2]

Sin lugar a duda un cambio político de esta naturaleza surgió con la Revolución de Mayo y se consolidó con la declaración de la independencia. Pero lo importante es advertir que la rebelión en contra de la corona implicó, en los términos de Lefort, que el lugar del poder (que antes ocupara el príncipe o rey) se convierte en un vacío no temporal, sino permanente, que impide que lo sucesivos gobernantes se apropien del aquel.[3] No se trata de que el poder ya no exista o que sea inviable la organización política de una sociedad, sino que esta derivará, en términos de Rousseau, del propio pueblo. Pero este conocido principio de retroversión de soberanía al pueblo encierra profundas problemáticas conceptuales, a partir de las propias limitaciones de las categorías que utiliza. ¿Cómo vuelve esa soberanía al pueblo? ¿Cómo ejercerá éste ese poder? Estos son solo algunos de los interrogantes que procesos políticos como el conmemorado el 9 de julio dejaron sobre la mesa.

Algunos pensadores políticos y filósofos señalan que este tipo de vaciamiento de poder trae aparejado el surgimiento de un nuevo paradigma en donde las diferentes posiciones políticas sean parte de una nueva normalidad. Esta se caracterizaría por la existencia de conflictos legítimos en el propio seno de la sociedad. Es una idea interesante, que nos interpela en una era de despolitización y en la que se tiende a estigmatizar las diferencias políticas con eufemismos como “grieta”.

A su vez, resulta evidente que esa nueva realidad exigió, tanto a inicios del siglo XIX como en la actualidad, una ciudadanía dispuesta a participar activamente en el escenario político, porque en definitiva esta es la mayor garantía de que ningún gobernante o espacio de poder pueda, en lo micro y en lo macro, apropiarse del mismo. Esto parece haber estado claro en la cabeza de las mujeres y los hombres que motorizaron la independencia de nuestro país, pero ¿estamos nosotros cumpliendo con nuestro deber/derecho de ciudadanos en la actualidad para garantizar su vigencia? Es una pregunta que se desarrolla en un contexto sociopolítico completamente diferente, con actores y realidades distintas, pero ello no invalida de forma alguna el planteo. El proceso de independencia de nuestro país no es, como dijimos al principio, un acontecimiento histórico inerte en los anales de la historia, sino que nos interpela y exige hacernos responsables solidariamente de la vitalidad de su legado.

Por último, no está de más señalar que quien entiende y acepta la necesidad de los antagonismos políticos dentro de una sociedad democrática, así como la participación política activa, no hace otra cosa más que ejercitar el sentido de tolerancia que tanta falta nos hace en nuestros días, ya que, la intolerancia no es más que no ponernos en el lugar del otro.


Dra. Lorena Spataro de Olazábal

Directora de la carrera de Abogacía
Universidad Argentina J. F. Kennedy

 

 

[1] FOUCAULT, M., “Las mallas del poder”, en Obras Esenciales, vol. III, Barcelona, Paidós, 1999, p. 245.

[2] CASTRO-GÓMEZ, S., Revoluciones sin sujeto, 1° Edición, España, Akal/Inter Pares, 2018, p. 307.

[3] LEFORT, C., La incertidumbre democrática. Ensayos sobre lo político, Barcelona, Anthropos, p. 48 y 49.